Nadie atiende los llamados, de Pablo Ingberg

























ISBN: 978-987-20719-3-6
40 páginas
$ 2400


NADIE


la luz al otro lado

Una lámpara rompe al encenderse
el agujero negro de la noche


musgo y briznas de hierba indescifrable
con visos de llegar a ser monstruosas
asoman de la grieta al otro lado
de la cual se sospechan desfondados sin nombre


la vía dolorosa

Un pasillo en penumbra
luz al final quién sabe
vista o imaginada
deseada sin duda
ventanas a los lados
tapiadas de postigos
luz afuera quién sabe
luz adentro con duda


el guante se da vuelta
el pasillo de vuelta


no se sabe otra forma


en vela

Una vela encendida, una llamita
una velita de cumpleaños, ínfima
en la noche ni siquiera inmensa
sino sólo noche, todo noche
sin límites de tiempo ni de luz
sin viento, inmóvil, sólo el aire inmóvil
no oscuro, sólo noche, todo noche
no estrellas, superficie en qué apoyarse
una velita de cumpleaños sin cumpleaños
sólo velita vacilante consumiéndose
ni siquiera agitada
en la sólo siempre noche
ni siquiera inmensa


abstracto por concreto

Eso que llaman el vacío cuando cae
un cuerpo y no lo espera red alguna
porque no está en el circo
y no hay nadie que atienda los llamados


En llamas es posible que cayera
con las ropas en llamas que no hay cómo quitarse
y el aire no sofoca las aviva
para colaborar con el vacío
que por la ley de gravedad concluye
en lo que llaman superficie de la tierra
(y tiene en sí la solidez de su hondura)
donde el cuerpo, estrellado, acabará


Pero aún falta aún estamos en el aire


otro recuerdo en que posar los ojos

Y el cuerpo en llamas caía y caía
en el aire sin ningún asidero
donde la tierra es una meta
distante que se acerca
indeseada en esa forma de atracción
la gravedad
que apagará la llama
y las otras imágenes que afluyen
son aire en el aire
sin ningún asidero


errando en la penumbra del presueño

Vivir es un suicidio lento, lento
algunos lo apresuran
enfermos de la incurabilidad
la mayoría opta por la tortura china
la vida gota a gota
perforada hasta inundarse
del agua insustancial


viciado de nulidad

Subido al caballo
de la calesita


orgullo de noria


avanza en redondo
el vicio del círculo


señales de humo

Construí un monumento perenne como el aire
el aire corrompido con los años
por fábricas de voces que lo exhalan
y el viento no termina de llevarse
ese aire enrarecido por alientos
exhalados por fábricas
de siempre efímera modernidad
apenas más durable que las voces
exhaladoras de aire enrarecido
de palabras unidas en sentencias
a veces vacilantes en preguntas
y grandes obras de modernidad
que el viento corrompido arremolina
bate juntos palabras y humos tóxicos
exhalados al unísono
papeles que hace polvo el mero viento
monumentos del aire arrollador
visibles si es que acaso cual niebla indistinguible
el humo de las fábricas de la perenne nada


monumento al olvido

Al albañil que puso un dieciséis por ciento
(en promedio a lo largo de su vida o su carrera
          hasta la muerte)
de los ladrillos de setenta y nueve casas y edificios
(ladrillos que vestidos de uniforme argamasa
pintada con pintura igual a la de todos
sus vecinos esconden allí dentro
la escritura al descuido con ellos pergeñada
en paredes después en blanco a nuestra vista)
a ese albañil acaso lo recuerden
(poeta a su manera inadvertida)
tan poquito como al escritorzuelo
que en un cuartucho de una de esas construcciones
una noche inspirada erigió un monumental
epinicio al sudor del albañil
          evaporado